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Olula de Castro, para descubrirla (articulo de Antonio Lao, director de elalmeria.es)

HOY, hace una semana, tuve la oportunidad de pregonar las Fiestas del Emigrante de Olula de Castro. El alcalde, Guillermo Mesas, pensó en mí, cosa que agradezco y... claro, no me pude negar. Debo reconocer que hacía años que no estaba en esta localidad de Los Filabres y confieso que me sorprendió de forma agradable. Los accesos, por una carretera de sierra, bien asfaltada, te transportan en el tiempo a medida que avanzas por una vía serpenteada por un bosque de retamas, esparto, pinos diseminados, olivos milenarios de secano y alguna higuera blanca temprana, con un sabroso manjar para los amantes de la fruta en el árbol. Todo un placer para los sentidos. Olula de Castro es el blanco inmaculado en sus casas; el verde en las parras que dan sombra a los porches; los geranios que adornan cada balcón; las curvas imposibles en sus calles; las puertas con vecinos tomando el fresco en la velada; un único bar preñado de amabilidad en quienes lo regentan y la hospitalidad infinita de aquellos que saben que para ir hasta allí hay que amar la sierra, el sonido de la noche, la berrea de los ciervos en septiembre o el olor a tomillo reseco por un sol abrasador y tórrido, que da la vida a un paisaje hermoso por agreste y duro. Los que vivimos en la ciudad o en la costa nos olvidamos, con prontitud, de la vida tranquila de pueblos en los que el tiempo parece haberse detenido, en el que el mañana no importa y el presente no va más allá de una partida de dominó, mientras la tarde languidece. Un lugar, como les digo, para descubrir, para serenar ánimos, templar el estrés cotidiano y respirar mientras una cigarra deja de batir sus alas porque la noche refresca, los grillos regresan y un sapo, enorme, trata de alcanzar la otra parte de la carretera recién asfaltada de entrada al pueblo. Y es que Olula sabe a gastronomía tradicional, al regreso de decenas de paisanos, de sus hijos y los hijos de sus hijos. Una amalgama de idiomas con una raíz común se dan cita cada año en el pueblo, en las fiestas del Emigrante en verano o en la Virgen del Patrocinio en noviembre, con la representación de Moros y Cristianos. Unas horas bastaron para confirmar lo que arrastra la tierra, el lugar en el que naciste o lo hicieron tus padres. Te seduce como si de un imán se tratase, en la misma medida que los abuelos, en el silencio inmaculado de una noche estrellada a los pies de Calar Alto, te cuentan una y otra vez la misma historia, aventuras siempre de final feliz, imágenes en blanco y negro o sepia, que calan como el agua en la roca para que cada año, invariablemente, los hijos de los hijos vuelvan por agosto a Olula de Castro. Prometo regresar.