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OLULA DE CASTRO: El pueblo con menos paro de Andalucía

 Frisaba entonces la veintena, Saturnino, cuando, de recluta en El Pirineo, envío un telegrama a su padre en el pueblo. Eran los tiempos en que la llegada de un cable telegráfico significaba que algo muy grave, como un accidente o un fallecimiento, había ocurrido.Dejó el aviso el tío Juan Vallejo, que subía con las cartas en una burra hasta Olula de Castro, y medio pueblo bajó a la oficina postal de Gérgal temiéndose lo peor. El telegrama decía: “Saturnino en Jaca, longaniza urgente”. Al quinto oluleño no le había ocurrido ningún percance sino que tenía más hambre que Carpanta en esos tiempos de racionamiento: le enviaron siete kilos de embutido recién especiado que le dieron la vida esos meses.Saturnino acaba de volver a su pueblo con 84 años, lastrado por la artrosis, después de 50 años en Mallorca trabajando en la hostelería. Ahora pasa las mañanas al sol del invierno, frente al Mirador, y las noche a los pies de la lumbre. Olula es ahora un pueblo de viejos que se resiste a morir, donde el paro casi no existe, a pesar de todo, porque casi todo el mundo está jubilado y porque los rostros jóvenes solo se vuelven a ver los fines de semana. Probablemente transiten sus calles más gatos que hijos de Adán.Los últimos doce meses, Olula de Castro ha registrado una media de desempleados del 0,8% de su población (191 habitantes), la tasa más baja desde Ayamonte a Terreros, según los datos del Servicio Público de Empleo Estatal (Sepe).Aunque dispone de cobertura de móvil para wasapear con el resto del mundo, no hay en Olula ni tienda, ni médico, ni maestro; no hay oficina bancaria, ni cura propio, ni panadería. Tan solo el bar de tapas de Juan Carreño en la placilla del municipio, horizontes de olivos centenarios, cal en las fachadas y pizarra en los tejados.Vendedores ambulantesPor sus calles deambulan bien abrigados, tipos como Antonio Escoriza, empleado municipal, con años trabajados en Lérida, Torrevieja y Aguadulce; el albañil rumano Costi, colorado como un Pabloromero, que hace mezcla para arreglar una casita.Adoración Giménez y Dolores Aranda, quitan malvas y malas hierbas de la calle Molino con el peto verde del antiguo PER mientras las mira Manuel Escoriza, un jubilado chiquitillo que en sus tiempos mozos frecuentaba la vendimia francesa. Olula se resiste a morir, aborrece la eutanasia. Tiene aprobado un proyecto con fondos europeos para construir una piscina. Algo que ha levantado ampollas en las redes sociales al ser un caserío de apenas 200 almas.Dos periodistas de la revista Interviú se han acercado esta semana a hablar con el alcalde, Guillermo Mesas (PP), para husmear si se trata de un nuevo caso de despilfarro público semejante al aeropuerto de Castellón.Los oluleños viven hoy día principalmente de sus pensiones, de unos cuantos olivos y almendros y de los escasos rentos del turrón artesanal que venden por Pascua  familias como la de la tía Isabel.El único oxígeno que les queda para seguir respirando entre estos riscos mozárabes hasta donde llegó Alfonso el Batallador, es el turismo rural. Hay un proyecto para convertir la antigua escuela que se cerró en 1978, el año de la Constitución, en un albergue.A las puertas de ese mismo colegio viejo, de florido pensil, barren ahora la calle dos antiguas alumnas, Marías Martínez las dos, que rememoran sus años en esos  pupitres donde germinaron tantos sueños que el tiempo gastó.Está también el cementerio en el alféizar del villorio, donde reposan los antiguos moradores de estas calles y estas tierras de quebradas, entre claveles marchitos, y placas de mármol; se divisa a lo lejos, entre las breñas como a Pedro el de Heidi, a Sorín y sus 130 ovejas, el pastor del pueblo. Hace dos años que reside en Olula con su rebaño, viviendo de los corderillos que vende al matadero.Antes había fragua en Olula y el tío Juan el Recovero acudía con su borriquilla a cambiar huevos por longaniza y mantas de tocino.Lo que aún persiste es el Centro de Jubilados Piedra del Aguila y la sociedad de cazadores  de perdiz con reclamo que llevan  Manolo y Guillermo y en cuyo coto entra de cuando en cuando algún jabalí o venado.La vida en Olula de Castro, tierra que entiende de celemines y fanegas, se mueve al ritmo que marcan los ambulantes: el panadero reparte el pan los miércoles y sábados, el médico pasa consulta los jueves,  el director de la caja de ahorros llega los lunes a actualizar las cartillas y los recibos y el cura, don Ivan, les dice la homilía del fin de semana bajo la protección de  Santa Patrocinio.El fabricante de ataúdesEn el pueblo se echa de menos  a Juan López el Cojo, fallecido recientemente. En las fiestas de Moros y Cristianos de noviembre se atrevía todos los años a subirse en una burra a echa el pregón de las cosas cotidianas que habían pasado en Olula durante el último año: desde una boda, a una mala cosecha de aceite, desde la subida de la harina hasta una trifulca doméstica.Se subía a una burra y sermoneaba al pueblo con su crónica rural llena de picardías. Antes, había trabajado en las canteras donde por un accidente perdió una pierna que reemplazó pronto por una de palo ya que se había empleado de carpintero y hacía los ataudes que los amortajados del pueblo iban necesitando por ley de vida y de muerte. Hubo un tiempo, sin embargo, en el que Olula de Castro se sacudió las pulgas de la miseria. Fue cuando a finales de los 60 empezaron a replantarse pinos y a construirse el Observatorio Astronómico de Calar Alto.La abundancia, como Macondo con la compañía banarera, llegó al pueblito en forma de jornales. La comarca bullía entonces de alegría, muchos emigrantes volvieron y en el bar corría el coñac de reposo y el buen vino como nunca se había conocido. Antes, cuando aún existían las cortijadas del Tallón Alto y el Bajo, dieron también buenos reales las minas de hierro de La Balsilla y más aún Las Menas de Serón. Pero todo eso acabó y los oluleños, como los hebreos, volvieron a la diáspora a partir de los años 60.Los tres paradosMiguel Soriano es uno de los tres parados del pueblo. Aunque lo parieron en Nacimiento, lleva más de 40 años avecindado en Olula. Desde que se casó con Dolores Aranda, con la que ha tenido dos hijos. Presume de ser oficial de primera de la construcción y de haber trabajado para grandes compañías como Auxini y Trapsa. “Sin embargo ahora el trabajo ha desaparecido por completo”, -asegura. En su casa subiendo la calle Las Cruces, tiene sitio para gatos, gallinas, conejos y una borrega que responde al nombre de Chilindrina y que cuida su hijo José. “Mi mujer trabaja en el PER y yo mientras hago de cocinero”.Valentina Bidian es la mujer de Sorín, el pastor. Acumula un año apuntada en la oficina del paro. Llegó a Roquetas desde su tierra natal donde era profesora de contabilidad a trabajar en el invernadero. Allí, unos amigos le hablaron de Olula y hace dos años que llegó con su marido y quedó encantada. “Yo de aquí no me quiero marchar nunca, hay mucho campo y gente buena”. Ahora se dedica a ayudar a su marido haciendo quesos.Guillermo Mesas es el alcalde y también está desempleado como demandante de empleo de agente comercial en el sector Servicios, tras su paso como asesor en Diputación.Guillermo confía en su pueblo, que fue el de sus padres y abuelos, y reclama apoyos para no dejarlo morir, aunque tenga que construir una piscina que a ojos de algunos pueda tener la consideración de despilfarro faraónico.   publicidad